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Beatifican a sacerdote dedicado a los necesitados en Detroit

Solanus Casey, un sacerdote católico conocido por su firme devoción a los necesitados, fue beatificado el sábado tras atribuírsele la cura milagrosa de una mujer panameña que padecía una enfermedad crónica de la piel.

Más de 60.000 personas asistieron a una misa en Detroit donde el padre Solanus, como se le conocía, tiene un gran número de seguidores incluso décadas después de su muerte en 1957. Muchos insisten en que sus oraciones a él han derivado en cambios significativos en sus vidas. Algunas de sus historias fueron narradas en las pantallas del estadio Ford Field.

El papa Francisco dijo que el padre Solanus cumplía con los requisitos para obtener el título de “bienaventurado”, sobre todo luego de que Paula Medina Zárate de Panamá se curó de forma instantánea mientras oraba en su tumba en 2012.

Medina Zárate tuvo una participación formal en la misa y colocó una cruz frente al retrato del padre Solanus después de que el cardinal italiano Angelo Amato leyó un decreto del papa, en el que describió al sacerdote como un “discípulo de Cristo humilde y fiel, incansable en el servicio a los pobres”.

El padre Solanus puede ser canonizado en los próximos años si se le atribuye un segundo milagro. Es apenas el segundo hombre estadounidense en ser beatificado por la Iglesia, junto con el padre Stanley Rother, un sacerdote asesinado en la guerra civil de Guatemala que fue beatificado en Oklahoma en septiembre. Una mujer estadounidense ha sido beatificada y otras dos han sido canonizadas.

“Es un gran evento”, dijo Allen Vigneron, arzobispo de Detroit, antes de la misa. “Es difícil comunicar cuán vívida y real es la presencia del Padre para nuestra comunidad”.

Incluso 60 años después de su muerte, “la gente no dice ‘Voy a la tumba del Padre’”, comentó Vigneron a The Associated Press. “Dicen: ‘Voy a hablar con el Padre’”.

El padre Solanus, nacido en Oak Grove, Wisconsin, se unió a los capuchinos franciscanos en Detroit en 1897 y fue ordenado sacerdote siete años después. Sin embargo, le fueron impuestas ciertas condiciones: debido a problemas académicos en sus estudios se le prohibió que diera homilías en la misa y que confesara.

“Lo aceptó”, dijo el padre Martin Pable, de 86 años, un compañero capuchino. “Creía en que, sea lo que fuere lo que Dios quisiera, eso es lo que él haría”.

Sirvió por 20 años en la ciudad de Nueva York y en la cercana Yonkers antes de que los capuchinos lo transfirieran de regreso al monasterio San Buenaventura en Detroit en 1924. Con la tradicional túnica con capucha marrón y las sandalias, el padre Solanus trabajó como portero durante las siguientes dos décadas, pero su reputación de santidad superó con creces su modesto título.

Los desempleados compartían sus ansiedades con el padre Solanus, los padres de hijos desobedientes buscaban su consejo, y los enfermos y adictos le pedían que exhortara a Dios para que los sanara. Mientras el padre escuchaba, tomaba notas que posteriormente se convirtieron en volúmenes mecanografiados de su trabajo.

Más adelante en la vida, cuando el padre Solanus se encontraba en un seminario en Huntington, Indiana, los habitantes de Detroit viajaban cuatro horas en autobús tan solo para ver al hombre de la barba blanca, y le llegaba correspondencia de todo el país.

FUENTE: AP