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Atisbos de civilización en Calais a la espera del invierno

Los residentes en el campo de refugiados más grande de Francia, cerca de la ciudad portuaria de Calais, junto al canal de la Mancha, tienen que luchar contra el hambre, la suciedad y las enfermedades presentes en el poblado de tiendas de campaña mientras se afanan en la construcción de tejados más sólidos para el invierno.

Muchos de sus aproximadamente 6.000 residentes pasan horas esperando en filas para poder tomar una dicha de seis minutos y una comida diaria en el centro financiado por el gobierno en el asentamiento. En otras partes, los migrantes se meten en el barro para recoger agua fría de directamente del grifo y queman ramas de árboles para cocinar y calentar agua, lo que deja un humo acre en la zona.

En docenas de tiendas con marcos de madera y restaurantes, en su mayoría afganos, los estantes se llenan con alimentos comprados en supermercados de Calais. El aroma a cardamomo y anís, a comino y jengibre sale de las tiendas cubiertas con lonas publicitarias que anuncian la venta de pollo. Generadores de gasóleo y bombonas de gas mantienen las luces encendidas y el curry caliente.

Cada día se construyen más mientras trabajadores humanitarios y migrantes trabajan juntos, martillos y sierras en manos, construyendo tejados más sólidos, con lonas y aislamiento, sobre las tiendas.

En las tiendas se ofrecen recambios para los enchufes sobrecargados con smartphone. Algunos de los residentes utilizan bicicletas estáticas para cargar los celulares en turnos de dos horas o más por dispositivo. Un nuevo cartel de señal WiFi aumenta la conexión de los campistas.

Los montones de basura están por todas partes a pesar de los esfuerzos de los equipos de Médicos Sin Fronteras. La mayoría de los aproximadamente 50 baños portátiles están muy sucios. Un tribunal francés ordenó este mes a Calais duplicar el número de inodoros y grifos y hacerse cargo de la recolección de basuras, pero poco ha cambiado.

Tres mujeres eritreas comparten una pequeña tienda donde sobreviven la dignidad y la hospitalidad. Sus camas, ubicadas una al lado de la otra, están cubiertas por edredones perfectamente doblados y son firmes y cómodas. Su devoción por la limpieza asegura que ni una pizca de barro entra en su hogar. El café, servido tras 10 minutos encorvadas sobre un fuego, viene en tazas de porcelana blanca junto a pan dabo casero, sobre una mesa baja.

Comparten tienda desde la primavera y ahora deben encontrar sitio para otro miembro de su reducida comunidad. Una de ellas, Mimi, espera un bebé para enero.

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