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Los tacanas están acorralados por la minería y la explotación petrolera en la Amazonía boliviana

El ruido de motores de balsas que buscan oro en el río se escucha todo el día en el territorio tacana. Pero la minería no preocupa tanto a esta comunidad indígena de la Amazonía boliviana como un proyecto petrolero.

"Nuestro miedo es que nos destruyan nuestro bosque", dice Juana Ramírez, una joven de Las Mercedes, una de las cuatro aldeas del Territorio Tacana II, a las que se llega navegando por el río Madre de Dios.

"Las venas [del petróleo] pasan por medio del monte. ¿Quién sabe qué cambios va a tener nuestra selva, si las plantas darán o no, o algunas se mueran?", agrega al reflexionar sobre el futuro de sus dos hijos y un millar de tacanas que viven en esta remota región del noroeste boliviano.

La selva les da las castañas de Brasil, un fruto seco nativo que venden, carne de animales para comer y plantas como el cajú para curarse de la diarrea, la chuchuwasa para la artritis o la raíz de motacú para desparasitarse.

"Estamos hablando de uno de los territorios mejor conservados de la Amazonía" boliviana, dice Luis Arciniega, del programa estatal Empoderar, que ejecutó un proyecto para comercializar las castañas de los tacanas, financiado por el gobierno de Evo Morales en "compensación" por la prospección petrolera.

Se avecinan grandes cambios en esta aldea de casas de madera y techos de paja, donde nada se roba, los niños juegan en el río y se disputan partidos de fútbol en el centro del pueblo.

Evo Morales, que en octubre busca ser reelecto, quiere extraer 50 millones de barriles de petróleo y 125 billones de pies cúbicos de gas del subsuelo de la reserva tacana, de 340.000 hectáreas.

"Se podía decir no [al proyecto], pero había una presión fuerte por parte del Estado, hubo unas amenazas fuertísimas", cuenta Rolando Justiniano, presidente de las comunidades del territorio Tacana II, que incluye las aldeas de Puerto Pérez, Toromonas, El Tigre y Las Mercedes.

La prospección se hizo en 2018, después de tres años de difíciles negociaciones entre la comunidad y la petrolera estatal YPFB.

Con apoyo de organizaciones defensoras de derechos indígenas, Tacana II consiguió casi 500.000 dólares de compensación por el impacto ambiental causado por la prospección, equivalente a unos 500 dólares por habitante.

Ese dinero "no va a compensar la riqueza que tenemos en nuestro territorio", advierte Justiniano con preocupación.

Aunque cumple la normativa, la compensación es insignificante si se toma en cuenta la millonaria inversión y su alta rentabilidad, así como el impacto ambiental, cuyo alcance no está claro para nadie.

Se negoció además proteger los castaños, que alcanzan 50 metros de altura, porque su cosecha entre enero y abril es el sustento de los tacanas.

Morales ha sido criticado por sus políticas extractivistas, en particular tras los voraces incendios originados por quemas agrícolas que destruyeron desde mayo 1,7 millones de hectáreas de bosques en el oriente de Bolivia.

En medio del calor y los mosquitos, Juana se preocupa por el futuro de su aldea mientras decenas de balsas succionan incesantemente agua del río Madre de Dios en busca de oro. Es el tipo de realidad que será abordado en el Sínodo sobre la Amazonía en octubre en Roma.

Cuando cayó a la mitad la producción de castañas de Brasil también se redujeron los ingresos de los tacanas, por eso algunas familias comenzaron a buscar oro en el río (bajo regulación del Estado).

"Yo tengo una balsita, pero yo estoy de acuerdo con hundirla o hacer desaparecer mi balsa pero siempre y cuando haya una fuente de trabajo en mi comunidad", dice Teodocia Castellón, madre de cuatro hijos.

Se trata de una contradicción con la que se topan estas comunidades: no todos quieren la minería, pero les aporta ingresos adicionales. En la última cosecha cada familia ganó en promedio unos 5.000 dólares en cuatro meses de trabajo y con la extracción de siete gramos de oro al día un minero recibe unos 340 dólares al mes, un 20% de todo lo extraído.

A bordo de una balsa con baño, cocina, un reducido cuarto con colchón y un depósito para sustancias tóxicas, Klizman gira y gira la manivela que succiona el agua del río.

La minería "me gusta", dice este joven de 25 años que cuando no cosecha castañas trabaja en la balsa. Es "un poco sacrificado pero se gana mejor".

Una vez que succionan el agua, los mineros la filtran para retener sedimentos y en grandes baldes, a mano limpia, manipulan el mercurio para amalgamar el oro.

"No contaminamos mucho", dice Klizman, quien al hablar deja ver un diente de oro.

La minería cambia los cursos del río y con ella "afectas pesca, afectas transporte, afectas fauna (porque) trabajas las 24 horas y hay ruido", dice el biólogo peruano César Ascorra, director del Centro de Innovación Científica Amazónica.

El mercurio causa serias enfermedades, se queda en el río y contamina los peces consumidos por la gente, explica.

Los tacanas tienen esperanzas de que la producción de castaña mejore para prescindir de la minería. Pero dentro de poco, tendrán nuevas preocupaciones: el gobierno planea una carretera que partiría en dos su territorio.